El psicólogo social Stanley Milgram desarrolló experimentos sobre obediencia a la autoridad para saber si la “Obediencia debida” que pregonaban los nazis era algo común a cualquier ser humano o un pretexto para evadir condenas por Lesa Humanidad.
A ese respecto citó a voluntarios para oficiar como profesores que ante respuestas incorrectas de un alumno detonaban descargas eléctricas en orden creciente hasta los 450 voltios.
Para sorpresa de todos, no sólo los sádicos llegaban a los voltajes finales, sino que 2 tercios de las personas seguían adelante con el experimento pese a los gritos de dolor de los alumnos al recibir esas descargas (en realidad eran actores fingiendo sufrimiento).
Quedó patente en esa prueba la falta de criterio propio desarrollado por esas personas en un ámbito como la Universidad de Yale y su incapacidad para juzgar la autoridad pese a recibir ordenes que causaban daño a un tercero.
Finalmente, cuando se le consultó a Milgram cuántas personas habían ido a socorrer al alumno supuestamente malherido sin pedir permiso a la autoridad, el psicólogo social respondió “ninguno”.
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